En 1812 nació la primera constitución española, la constitución de Cádiz. Los expertos calculan que cerca de treinta representantes aragoneses participaron en este histórico proceso.
Doscientos años después de su aprobación, Aragón recuerda la importancia que tuvo la presencia de estos diputados a través del congreso ‘Construir España’ que se va a desarrollar hasta el próximo 28 de noviembre en Zaragoza, y que esta tarde he tener el honor de inaugurar.
Aquí os dejo un resumen de las palabras que he dirigido a los historiadores, juristas, profesores y alumnos interesados en este evento que tan relevante fue para la historia de España.
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La historia del hombre es, por fuerza, un continuo en el que cada momento importa. Hay siglos en los que las décadas se amontonan apacibles y sin embargo, bajo el tranquilo sucederse de los días se acumulan fuerzas dispuestas a quebrar con violencia la superficie a la primera oportunidad. Entonces las aguas remansadas de la historia rompen paz y pereza y se desatan poderosos torbellinos que cambian radicalmente la faz de la tierra.
En el quicio entre los siglos XVIII y XIX encontramos uno de estos torbellinos. Tras décadas de relativa, muy relativa, paz y modesta, muy modesta, prosperidad se desata un tremendo oleaje que nos va a dejar pocos años más tarde frente a las costas acantiladas de la modernidad.
Y en ese torbellino es en el que se concibe la Constitución de Cádiz, cuyo segundo Centenario celebramos este año y cuya presencia aragonesa se propone estudiar y honrar este Congreso.
La Constitución de 1812 ha alcanzado una altura que en ocasiones linda lo mitopoético. Es, desde luego, la primera expresión de la Soberanía Nacional en el Mundo Hispánico y es, sobre todo conclusión de la Revolución Liberal que se inicia en España en 1808 una revolución que dejará a España y a la Constitución de 1812 como auténtico Faro de Libertad en Europa y América durante las décadas subsiguientes.
La sabiduría de los liberales españoles de principios del siglo XIX fue comprender que el Antiguo Régimen había muerto y que había que convertir la guerra en una revolución que permitiera el establecimiento de un régimen liberal y constitucional. Un sueño que va a durar desde el levantamiento del Dos de Mayo hasta el golpe fernandino de 1814.
Por ello, el primer impulso que nos mueve hoy es rendir homenaje a los liberales españoles del momento, desde Jovellanos hasta Antillón, desde el Conde de Toreno hasta Isidoro de Antillón, y muy especialmente a los aragoneses que formaron parte de aquellas Cortes en las que la aportación aragonesa brilló de forma natural. Unos hombres que creían en una Nación española como conjunto de hombres libres, sin privilegios jurídicos estamentales, dotada del poder para elegir su propio gobierno e impedir la tiranía, regida únicamente por las leyes que ellos consintieran darse. Y es que sin libertad no hay hombres sino vasallos y los vasallos no tienen patria sino meramente un señor, quizá cambiante, al que en todo deben pleitesía.
A partir de 1812 la patria ya no va a ser mera descripción del lugar de nacimiento sino que se va a vincular a los derechos individuales. Una tarea de la que eran muy conscientes los liberales de Cádiz y por ello al termino de los trabajos exclamará Argüelles con la Constitución en la mano: “Españoles, ya tenéis Patria!” La nación se daba una Constitución y con ello pasaban los súbditos a ser ciudadanos, señores de derechos. La Constitución es también un símbolo, el de la supremacía de la Nación que daba sentido a la guerra contra el invasor francés y que dejaba claro que la guerra no se daba para restaurar el orden previo a 1808.
No debemos ver, como se empeña en mostrar una cierta historiografía y una eficaz iconografía la Guerra de la Independencia como un movimiento reaccionario de un pueblo inferior y federal, ajeno a la modernidad europea de los bonapartistas.
Los liberales estaban rectamente convencidos de que la tiranía era origen de la decadencia, madre de la pobreza y origen del atraso de España y prescribían la libertad como remedio. La regeneración española pasaba por la libertad, una libertad, unas libertades que debían quedar plasmadas en una Constitución y en esto consistía precisamente el patriotismo liberal, en la lucha por convertir a la española en una nación de cuidadnos libres e iguales. El despotismo exacerbado de Carlos IV y Godoy habían traído deshonor y desgracia. El despotismo apenas menos oneroso que Bonaparte quería imponer a través de su hermano José sin consentimiento de la Nación y en desprecio de la ley no era una solución factible. La única alternativa válida era establecer en España un régimen de libertad que la sacara de postración en la que había caído.
Los liberales vieron que la nación se había levantado en 1808 para recoger una soberanía que unas autoridades abyectas y unas instituciones devenidas en mera costra habían dejado vacante. Con un sentido plenamente nacional todas las regiones y quiero destacar hoy, aquí en este día y en este momento la activísima implicación de los diputados catalanes encabezados por Antoni de Capmany y Montpalau y Ramón Llátzer i Dou que defendieron en todo momento una Constitución Nacional de la misma forma que no hubo un sólo grupo local ni en Cataluña ni en parte alguna que pretendiera aprovechar los resortes casi irrestrictos que le brindaban las Juntas Provinciales para construir o exaltar una identidad distinta de la española para segregarse del resto del país, como si que ocurriera en América. Será el propio Antonio de Capmay i Montpalau quien dejara escrito que los españoles “hace dos mil años que mantienen este nombre” y “componen una sola nación independiente y libre”.
El texto de Cádiz y muy especialmente su Discurso Preliminar se convierte desde entonces en verdadero modelo tractor de las ideas liberales en España, Europa y América. La soberanía nacional, los derechos individuales, la separación de poderes, el parlamentarismo, la Constitución como resultado de la voluntad nacional.
El origen de la aspiración a una nación de ciudadanos libres e iguales, aspiración por la que lucharon aun a riesgo de sus vidas. Ésta es la gran herencia de aquellos liberales a la España de hoy y por ello hoy los honramos y celebramos su obra.
Hoy, España se encuentra en una encrucijada, gracias a Dios en nada comparable a la de hace doscientos años, pero para afrontarla con éxito podemos y debemos recurrir al ejemplo de generosidad, amor a la libertad, patriotismo y virtud cívica que iluminó a quienes refugiados en el último rincón de España se aprestaron a redactar la Constitución de 1812.
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